Wednesday, January 18, 2012

me duele la serenidad,
la sumatoria de flechas
de esa fuerza clara
que me dejan el corazón del color
más rojo posible
y concentran ahí toda
la sangre de mi cuerpo,
las células las moléculas
se unen, compacto
formando un sólido.
proyecto moho y moscas sobre el proyecto
parónimos parónimos parónimos parónimos
encuentro
mil
encuentros
ninguno

sinónimos para las cosas
ya me dijeron que no existen.
no quiero a nadie
en el espejo.
electro
cardiograma
aspiraciones a
vivir tranquila en
casa sola y de noche
la tranquilidad no
es la del silencio,
quiero de golpe
el ruido de la
mentirosa
paz que
me
vendieron en
canciones de
amor y paz y
también vos
y también luz
rosas y lunas,
no sé dónde
está el mundo
de las lecturas
que te abstraen
del no sé qué,
a mí más me
traen a lo
de for me del
contenido de la taza de
café cuando se vuelca
o cuando la sangre
cambia de recipiente
toco esa nota que desafino
mi voz para subir
es una perra que woof
no muerde ese anzuelo
las uvas frescas
en la boca del
emperador y
los dedos de la esclava
llenos de baba noble.
Quizá me volví una ermitaña. Quizá mandar mensajes de feliz cumpleaños a las 12 estando adentro de la cama me hace de la misma madera. Madera y resortes gastados. Pienso que en una cama me hicieron, porque mi pensamiento del amor a veces es de lo más clásico, porque en casa hay un santuario de la virgen maría. Antes pensaba que era como mi vieja, quizá, también. Ahora me aterroriza la idea de que ciertos valores me valgan la eternidad. De todos modos la eternidad me da ganas de vomitar. Voy a seguir girando y girando por siempre en alguna parte. A veces pienso en llamarme escéptica, a veces en decirme agnóstica. Pero no soy nada de eso, soy religiosa, tengo mi religión, mi tara. Lucho le hago guerra como a todas esas cosas, porque sé que no soy un reloj de arena. Quisiera serlo. Quisiera una cintura mínima. Una altura, de la mitad a los pies igual que de la mitad a la cima de mi cráneo. También quisiera que lo único que corriera adentro mío fuera una línea finita de polvo. No tener que alimentarme. Quisiera, quisiera también darme vuelta justo a tiempo, sin hacer ring ni ningún escándalo de máquina, cambio y fuera. A veces ser de plástico, ser la regla del juego. Ser ese objeto chiquito que le gana al tablero, a los peones de colores, a las casillas de pierde un turno, a los participantes. Cuando juego tengo miedo de ganar porque quiero mi suerte en el amor. El otro día gané al chinchón por goleada. Estaba jugando en la montaña contra Costi y Carolina. Les gané, les corté a tiempo récord. Confío en mis cálculos, confío en el oro, la copa el basto la espada, porque están dibujadas, y porque no creo en la magia, los palos no desaparecen, los números fueron mi primera opción. Mi carrera de biotecnóloga me demostró que no me gusta usar guardapolvo. Que me queda horrible, y las gafas también. Que todavía no pude contra mi miedo a los escapes de gas, ni a los microbios ni a las drogas sintéticas. Respeto. Les tengo respeto y una admiración a los científicos que me da calambre. Y no como banana. No señor, ja ja ja. Banana no como, me niego. Tiene la cáscara de mi color preferido, pero por dentro es blanca, blanca. Lo fálico me causa gracia. Digo, las alusiones. Todo lo que me haga ver como la mona que soy quizá lo evito. Por eso estudié danzas, por eso hacía gimnasia artística. Quería una precisión, quería la liviandad suficiente como para que un dedo gordo del pie me soportara. Y me lo quebré. Es el único hueso del cuerpo que me quebré. Tengo muchos huesos pero no sé cuántos, ni estimativo. Siempre fui en desastre para la anatomía y sin embargo tengo 10 en biología. También la dejé a tiempo para no tener que estudiar más de lo que me hubiera dado placer. Y ahora me pasa con las letras. Las agarro a tiempo para no olvidarme también del alfabeto, de la disposición de las teclas sobre el teclado. Me siento cómoda en mi continente, de este lado del mundo, acá. El teclado en otro idioma me produce un dolor estético, no soporto las faltas de ortografía como no soporto poner tildes extrañas a mi castellano. Me gustan las esdrújulas. No me gustan los adverbios y los uso tanto... Amo tachar mis cosas. Mis cosas son los adverbios, por todas partes, te amo tiernamente, dulcemente, como vorazmente. No lo soporto. Lo admito, me gustaría corregir directamente mi imaginación. Sobre todo de noche. Cuando estoy en la cama y no me duermo. Y cuando estoy esperando algo. Cualquier cosa, que se abra la puerta de un consultorio, que me digan cuánto sale mi changuito, que suene el teléfono, que me digan qué pasa, que me dejen usar el inodoro. Entonces los cálculos no sirven. Y si sirven son abrumadores. Me abrumo en lo más básico. No puedo con el solfeo. No puedo con la improvisación. El arte me deja catatónica y sólamente sé decir me gusta, no me gusta, se me cae la baba, quiero más o basta ya. Basta es de las últimas cosas que digo. Pero nunca la última. Digo basta y todo sigue y también yo, también sigo yo después de decir basta no quiero más. Es una de esas paradojas. Supongo que el mundo está tirado de todas partes por fuerzas elásticas, una para un lado, otra para el otro. Me llamé equilibrada tantas veces en vez de decir que no sabía tomar decisiones, en vez de decir que me gusta demasiado todo, excesivamente. Es terrible, ahí está el adverbio. La pantalla es mi amiga porque no me da el gusto de la tachadura. Para borrar hay que tener cuidado y yo no lo tengo. Me apasiono. Me ensalzo entonces nunca escribo un cuento hasta el final. Antes me equivoco y borro las conjunciones, conjugo de varios modos, un quilombo de tiempos verbales. Empiezo otra vez y veo que no tengo una historia interesante. Que la ficción es enorme para mí, ya es más que suficiente con la realidad. Escribir ficción para mí sería asumirlo todo para poder moldearlo. El profesor me diría que soy mezquina, que me faltan huevos, que soy minita, que me haga cargo. Yo le diría no te burles y ochentamil porquerías. Porque para defenderme estoy mandada a hacer. Pero también para reprimirme. Odio herir. Odio las heridas verbales. Odio las críticas destructivas. Odio el odio y amo el amor tanto que me hace sonreir de pensarlo. Sonreir y llorar para mí van súper de la mano. Casi no lloro enfrente de gente que no podría llegar a hacerme sonreir. Porque me dan miedo mis faltas de límites, tanto como mis limitaciones. Cuando me agarraban berrinches de pendeja podía hasta ponerme violeta. Sola, me decía si te enojás es un trabajo enorme desenojarte. Por eso elegí la bondad, qué se yo, la mesura. Todas esas cosas me las dio la comodidad de las instituciones. Es como acostumbrarse a dormir sobre una cama de diseño, de esas de material colorido, brillante, artificial, aséptico y lleno de aristas. Mi contractura se agrava, y entonces cuando me ponen las manos encima cedo, cedo a la verdad mía, la de que me duele y quiero sentirme mejor. Y elijo dormir en otra cama, quizá, quizá porque me harté de mi propia madera. No prendo fuego nada porque encendería mi piromanía. El otro día estuve en la pieza de una chica linda, la hermana de un amigo que está de vacaciones. Vi tantas cosas de nena ahí, y ella es más grande que yo, que me dio pena haber tirado mis pinturitas, mis mostacillas. Qué se yo. Al rato lo llamo equilibrio otra vez, desapego, madurez, ni idea. Yo lo único que quiero es no tener nada que escribir. Y cuando me pasa, reniego. Serán esas dos fuerzas, ¿serán? ¿Esa es mi religión?¿y mis creencias? estoy lejos del big bang, estoy lejos de la era de acuario tanto como del total del planeta tierra. Estoy en casa, digo muy feliz cumple por mensajes, no me queda otra. En serio no me queda otra ahora. Mientras mi gato sueña y mueve las patas. Esto está bueno, me copa el ruido del ventilador. Me muero de calor, de sed. Me copan mis necesidades. Un día un sacerdote me preguntó si quería ser monja. Yo le dije que no, que quería tener hijos. Cuántas cosas digo a veces. Quiero prenderme un cigarrillo en los pasillos del convento. Quiero un amor entre mis brazos y entre mis piernas. ¿Hostias?, pf. Basta. ¿Gané? Lo hice otra vez.